DECLARACIÓN DE FÉ
DENISE DRESSER
Periódico Reforma
DENISE DRESSER
Periódico Reforma
Declaración de fe, como la frase que acuñó Rosario Castellanos. Una filosofía personal para iniciar el año que comienza e interpretar el que se acaba. Una lista de reglas para ver y andar, vivir y cambiar, participar y no sólo presenciar. Un conjunto de creencias que son tregua contra el pesimismo, antídoto contra la apatía, recordatorio del destino imaginado. Un ideario idiosincrático con el cual combatir el desconsuelo que dejan tras de sí 12 meses difíciles.
Sugiere la dramaturga Sabina Berman que el 2006 provoca un agujero en el corazón de la patria. Y tiene razón. Basta con mirar hacia atrás, recordar, reconocer lo que pasó y todos padecimos. El Presidente intervencionista y el terreno desnivelado de juego que propició. Los candidatos polarizantes y las campañas sucias que condujeron. Los empresarios desatados y las reglas electorales que doblaron. Las instituciones incompetentes y las dudas que contribuyeron a despertar. La izquierda rabiosa y el tablero de la democracia que se aprestó a patear. Las secuelas de todo ello: México partido entre la triste tristeza de unos y la precaria tranquilidad de otros. México dividido entre la cabizbaja confusión de unos y la contundente certidumbre de otros.
Y a pesar de ello, la terca esperanza de quien escribe estas líneas. La convicción inquebrantable de mejorar a México. De restañar a la República. De sanar el soplo. De tender puentes entre los combatientes y los conversos. Pero "uno no puede creer en cosas imposibles" le dice Alicia a la Reina en A través del espejo. "Permíteme decirte que no has tenido mucha práctica", le responde la Reina. "Cuando yo tenía tu edad, siempre lo hacía durante media hora al día. Bueno, a veces he creído en por lo menos seis cosas imposibles antes del desayuno". Y yo, lo confieso, también. Porque hay que creer para entender. Hay que creer para actuar. Hay que creer porque si se abdica a ello, los hombres se vuelven pequeños, escribió Emily Dickinson.
Y yo creo que es necesario volver a México un país de ciudadanos. Un lugar poblado por personas conscientes de sus derechos y dispuestos a contribuir para defenderlos. Dispuestos a alzar la voz para que la democracia no sea tan sólo el mal menor y una conquista sacrificable si de "salvar" al sistema se trata. Dispuestos a llevar a cabo pequeñas acciones que produzcan grandes cambios. Dispuestos a sacrificar su zona de seguridad personal para que otros la compartan. Dispuestos a pensar que el bien es tan contagioso como el mal y comprometidos a actuar para demostrarlo.
Yo creo que ser de clase media en un país con 40 millones de pobres es ser privilegiado. Y los privilegiados tienen la obligación de regresar algo al país que les ha permitido obtener esa posición. Porque, ¿para qué sirve la experiencia, el conocimiento, el talento, si no se usa para hacer de México un lugar más justo? ¿Para qué sirve el ascenso social si hay que pararse sobre las espaldas de otros para conseguirlo? ¿Para qué sirve la educación si no se ayuda a los demás a obtenerla? ¿Para qué sirve la riqueza si hay que erigir cercas electrificadas cada vez más altas para defenderla? ¿Para qué sirve ser habitante de un país si no se asume la responsabilidad compartida de asegurar vidas dignas allí?
Yo creo en el poder de llamar a las cosas por su nombre. De descubrir la verdad aunque haya tantos empeñados en esconderla. De decirle a los corruptos que lo han sido; de decirle a los rapaces que deberían dejar de serlo; de decirle a quienes han gobernado mal a México que no tienen derecho a seguir haciéndolo. Yo creo en la obligación ciudadana de vivir en la indignación permanente: criticando, denunciando, proponiendo, sacudiendo. Porque los buenos gobiernos se construyen con base en buenos ciudadanos y sólo los inconformes lo son. La insatisfacción lleva a la participación; el enojo, a la contribución; el malestar con el statu quo, a la necesidad de cambiarlo.
Yo creo que personas comunes y corrientes pueden lograr cosas extraordinarias. Ida Tarbell, confrontando al monopolio de Standard Oil y fundado un movimiento progresista para desmantelarlo. Rosa Parks, rehusándose a ceder su asiento a un hombre blanco e inaugurando la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Jody Williams, iniciando una campaña global contra los campos minados desde una oficina con seis personas y ganando el Premio Nobel de la Paz por ello. Todos, fundadores de comunidades proféticas donde los hombres y las mujeres se vuelven aquello que deberían ser. Personas de conciencia, con el corazón entero.
Yo creo en la necesidad de apoyar y celebrar y aplaudir a quienes se comportan de la misma manera en México. Los que hacen más que pararse en fila y en silencio. Individuos que pelean por los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienen. Lydia Cacho, denunciando a los pederastas y acorralando a los políticos que los protegen. Javier Corral, liderando la oposición contra la Ley Televisa y concientizando al país sobre sus efectos. Eduardo Pérez Motta, peleando por la competencia y denunciando los costos que el país ha pagado al obstaculizarla. José Ramón Cossío, sacudiendo a la Suprema Corte de Justicia y alertando a sus colegas sobre el papel que debería desempeñar. Emilio Álvarez Icaza, defendiendo la humanidad esencial de quienes la han perdido y ayudándolos a recuperarla. Ellos y tantos más, héroes y heroínas de todos los días. Ombudsmans cotidianos.
Yo creo que mientras existan individuos así -encendidos, comprometidos, preocupados- el contagio continuará, poco a poco, y a empujones como todo lo que vale la pena. Los mexicanos aprenderán que es más importante ser demócrata que ser perredista, ser demócrata que ser panista. El monólogo de los líderes se convertirá en el coro de la población. La exasperación de los ciudadanos construirá cercos en torno a los políticos. Yo creo que un día -no tan lejano, quizás- habrá un congresista que suba a la tribuna y exija algo a nombre de la gente que lo ha elegido. En lugar de mirar con quién se codea en el poder, mirará a quienes lo llevaron allí. Y México será otro país, otro.
Yo creo que eso es posible, pero sólo ocurrirá cuando la fe de algunos se vuelva la convicción de muchos. Cuando la crítica fácil se traduzca en la participación transformadora. Cuando la creencia en el cambio se concretice en acciones diarias para asegurarlo. Cuando más mexicanos memoricen las palabras de mi amigo -el empresario y filántropo- Manuel Arango: "El que no sepa qué hacer por México que se ponga a saltar en un solo pie y algo se le ocurrirá".
Sugiere la dramaturga Sabina Berman que el 2006 provoca un agujero en el corazón de la patria. Y tiene razón. Basta con mirar hacia atrás, recordar, reconocer lo que pasó y todos padecimos. El Presidente intervencionista y el terreno desnivelado de juego que propició. Los candidatos polarizantes y las campañas sucias que condujeron. Los empresarios desatados y las reglas electorales que doblaron. Las instituciones incompetentes y las dudas que contribuyeron a despertar. La izquierda rabiosa y el tablero de la democracia que se aprestó a patear. Las secuelas de todo ello: México partido entre la triste tristeza de unos y la precaria tranquilidad de otros. México dividido entre la cabizbaja confusión de unos y la contundente certidumbre de otros.
Y a pesar de ello, la terca esperanza de quien escribe estas líneas. La convicción inquebrantable de mejorar a México. De restañar a la República. De sanar el soplo. De tender puentes entre los combatientes y los conversos. Pero "uno no puede creer en cosas imposibles" le dice Alicia a la Reina en A través del espejo. "Permíteme decirte que no has tenido mucha práctica", le responde la Reina. "Cuando yo tenía tu edad, siempre lo hacía durante media hora al día. Bueno, a veces he creído en por lo menos seis cosas imposibles antes del desayuno". Y yo, lo confieso, también. Porque hay que creer para entender. Hay que creer para actuar. Hay que creer porque si se abdica a ello, los hombres se vuelven pequeños, escribió Emily Dickinson.
Y yo creo que es necesario volver a México un país de ciudadanos. Un lugar poblado por personas conscientes de sus derechos y dispuestos a contribuir para defenderlos. Dispuestos a alzar la voz para que la democracia no sea tan sólo el mal menor y una conquista sacrificable si de "salvar" al sistema se trata. Dispuestos a llevar a cabo pequeñas acciones que produzcan grandes cambios. Dispuestos a sacrificar su zona de seguridad personal para que otros la compartan. Dispuestos a pensar que el bien es tan contagioso como el mal y comprometidos a actuar para demostrarlo.
Yo creo que ser de clase media en un país con 40 millones de pobres es ser privilegiado. Y los privilegiados tienen la obligación de regresar algo al país que les ha permitido obtener esa posición. Porque, ¿para qué sirve la experiencia, el conocimiento, el talento, si no se usa para hacer de México un lugar más justo? ¿Para qué sirve el ascenso social si hay que pararse sobre las espaldas de otros para conseguirlo? ¿Para qué sirve la educación si no se ayuda a los demás a obtenerla? ¿Para qué sirve la riqueza si hay que erigir cercas electrificadas cada vez más altas para defenderla? ¿Para qué sirve ser habitante de un país si no se asume la responsabilidad compartida de asegurar vidas dignas allí?
Yo creo en el poder de llamar a las cosas por su nombre. De descubrir la verdad aunque haya tantos empeñados en esconderla. De decirle a los corruptos que lo han sido; de decirle a los rapaces que deberían dejar de serlo; de decirle a quienes han gobernado mal a México que no tienen derecho a seguir haciéndolo. Yo creo en la obligación ciudadana de vivir en la indignación permanente: criticando, denunciando, proponiendo, sacudiendo. Porque los buenos gobiernos se construyen con base en buenos ciudadanos y sólo los inconformes lo son. La insatisfacción lleva a la participación; el enojo, a la contribución; el malestar con el statu quo, a la necesidad de cambiarlo.
Yo creo que personas comunes y corrientes pueden lograr cosas extraordinarias. Ida Tarbell, confrontando al monopolio de Standard Oil y fundado un movimiento progresista para desmantelarlo. Rosa Parks, rehusándose a ceder su asiento a un hombre blanco e inaugurando la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Jody Williams, iniciando una campaña global contra los campos minados desde una oficina con seis personas y ganando el Premio Nobel de la Paz por ello. Todos, fundadores de comunidades proféticas donde los hombres y las mujeres se vuelven aquello que deberían ser. Personas de conciencia, con el corazón entero.
Yo creo en la necesidad de apoyar y celebrar y aplaudir a quienes se comportan de la misma manera en México. Los que hacen más que pararse en fila y en silencio. Individuos que pelean por los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienen. Lydia Cacho, denunciando a los pederastas y acorralando a los políticos que los protegen. Javier Corral, liderando la oposición contra la Ley Televisa y concientizando al país sobre sus efectos. Eduardo Pérez Motta, peleando por la competencia y denunciando los costos que el país ha pagado al obstaculizarla. José Ramón Cossío, sacudiendo a la Suprema Corte de Justicia y alertando a sus colegas sobre el papel que debería desempeñar. Emilio Álvarez Icaza, defendiendo la humanidad esencial de quienes la han perdido y ayudándolos a recuperarla. Ellos y tantos más, héroes y heroínas de todos los días. Ombudsmans cotidianos.
Yo creo que mientras existan individuos así -encendidos, comprometidos, preocupados- el contagio continuará, poco a poco, y a empujones como todo lo que vale la pena. Los mexicanos aprenderán que es más importante ser demócrata que ser perredista, ser demócrata que ser panista. El monólogo de los líderes se convertirá en el coro de la población. La exasperación de los ciudadanos construirá cercos en torno a los políticos. Yo creo que un día -no tan lejano, quizás- habrá un congresista que suba a la tribuna y exija algo a nombre de la gente que lo ha elegido. En lugar de mirar con quién se codea en el poder, mirará a quienes lo llevaron allí. Y México será otro país, otro.
Yo creo que eso es posible, pero sólo ocurrirá cuando la fe de algunos se vuelva la convicción de muchos. Cuando la crítica fácil se traduzca en la participación transformadora. Cuando la creencia en el cambio se concretice en acciones diarias para asegurarlo. Cuando más mexicanos memoricen las palabras de mi amigo -el empresario y filántropo- Manuel Arango: "El que no sepa qué hacer por México que se ponga a saltar en un solo pie y algo se le ocurrirá".
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